Niños desaparecidos
Como cualquier día, salió de casa. Fue a jugar, pero no regresó.
Lo busque desesperadamente, pero era como si se lo hubiera tragado la tierra.
No era solo una demora en llegar a la casa, a medida que pasaba el tiempo la inquietud me estaba volviendo loca.
Me repetía a mi misma, nunca debí perder de vista a mi hijito. Nunca debí dejar solo a mi pequeñuelo. Pero, el martirizarme no lo traería devuelta.
En primer lugar, decidí no ceder al temor. Busque rápidamente a nuestro alrededor para tener la certeza de que se había perdido.
Decidí no escuchar a los que me dijeron: “Ya debe estar muerto”, “un carro lo atropelló” o: “Tienes otros hijos. Tranquilízate”
Pero, esos dichos irreflexivos no eran nada en comparación con el profundo dolor de no saber nada del paradero de mi hijo.